
Un almuerzo forzado y una clase con final asqueroso
Ese día tenía claro que si almorzaba iba a llegar tarde al colegio, pero mi mamá, como buena mamá peruana, no aceptó excusas y me dijo: “Primero comes, luego te vas.” Y bueno, comí apresuradamente. Llegué tarde, como era de esperarse, pero logré entrar y sumarme al trabajo grupal que teníamos como tarea. Apenas comenzamos, empecé a sentirme raro, un malestar que creí pasajero, pero que fue creciendo a pasos agigantados: sudor, náuseas, un vacío extraño en el estómago.
De pronto, sin previo aviso, vomité sobre la mesa dejando restos de tomate entre papelotes y plumones. Mis compañeros se quedaron petrificados y yo, igual. Solo que más confundido y completamente avergonzado. Ahí fue cuando entendí, con todas sus letras, lo que significaba la palabra vergüenza.
Lección aprendida (a la fuerza)
Nunca más comí a la volada antes de correr al cole. Y aunque en ese momento juré que no lo superaría, con el tiempo me reí de la escena… o al menos lo intenté.
¿Y a ti, te pasó algo parecido en el cole?
