
Un regreso rápido y chistoso
Estaba en una fiesta, feliz, bailando, sin prestar atención al reloj. Me habían dado permiso solo hasta la medianoche, así que cuando vi la hora, salí disparada al estilo Cenicienta.
Mi amiga me acompañó —vivíamos cerca— y por seguridad, era mejor regresar juntas. En el camino íbamos entre risas y bromas, tan metidas en la conversa que ni sentí que tenía tantas ganas de ir al baño. Pensé: “mi casa está cerca, llego de sobra”, pero la conversación con mi amiga era cada vez más graciosa, le pedí a mi amiga que dejara de hacerme reír, pero la verdad es que las dos estábamos en modo carcajada sin control.
Y entonces, pasó lo inevitable: me oriné en los pantalones. Sí, tal cual, por la risa, por la urgencia, por la mezcla de confianza y descontrol. Lo bueno —si es que hay algo bueno en ese tipo de situaciones— es que era de noche, ya estábamos a dos cuadras de mi casa, y nadie nos vio.
El silencio de la madrugada: mi cómplice
Llegué a casa como quien vuelve de una guerra interna, directa al baño, riéndome sola por lo absurdo del momento. No hubo testigos, solo mi amiga, que fue tan buena onda que nunca me hizo roche… aunque cada tanto, me lo recuerda con una sonrisa maliciosa.
¿Alguna vez te pasó algo parecido?
